Una tarde en Belchite

Una tarde en Belchite

El 6 de diciembre de 2019 pasamos una estupenda tarde, en la presentación del libro Memorias de un sitiado en Belchite

Tuvo lugar en la Sala Bella, bajo el auspicio del Ayuntamiento de Belchite y en compañía del Sr. Alcalde como anfitrión del evento.  Un  salón lleno al completo por un público atento y cordial, que pudo escuchar la charla de nuestro buen amigo José Angel Guerrero que actuó de presentador.

Una maravillosa sorpresa 

Después de buscar  información sobre el autor Emilio Oliver Ortiz,  que publicó una primera y única edición en 1941 en una editorial ya desaparecida de Barcelona, y sin poder localizar más datos sobre él, tuvimos la fortuna de que el hijo del autor, también de nombre Emilio, supiera de esta presentación y acudiera al acto acompañado por su familia. Este gratísimo encuentro fue una maravillosa sorpresa para todos, y especialmente de emotivo recuerdo para la familia que pudo charlar con los asistentes. Incluso Emilio Oliver hijo, a petición del público,  accedió gustosamente a firmar ejemplares de nuestra edición revisada del libro escrito hace tantos años por su padre.

En la foto sentado firmando libros el hijo del autor original. De pié  a la izquierda, el editor y revisor del texto Fernando Jiménez Ocaña, en efusiva charla con Carmelo Pérez, actual alcalde de Belchite

La disertación del presentador 

Os dejamos aquí transcrita la charla del presentador, para que también podáis disfrutar de sus palabras:

“Buenas tardes a todos,
Mi nombre es José Ángel Guerrero, amigo desde tiempos remotos, mis tiempos bohemios, del buen contador de historias y por ende, escritor, Fernando Jiménez Ocaña y que es también el editor del libro que venimos a presentar. Aparte de esta circunstancia, una sed insaciable por la lectura y por la historia, más que mi formación académica sobre letras y armas, me han acercado a ustedes esta tarde.
Ante todo, quiero presentar este libro desde la más profunda humildad y respeto a los belchitanos. Respeto por un pasado de valor, sufrimiento y sacrificio que vivieron sus mayores, actores y testigos de la gesta que tan bien describió en su día Emilio Oliver. Y humildad por no ser, como algunos de ustedes, depositarios de los relatos de los supervivientes, de las pequeñas o grandes historias que les contaron sobre la batalla. Yo tan solo he tenido la fortuna de topar con este magnífico libro de un protagonista de excepción de los hechos que constituye una narración tan vívida de aquellos sucesos terribles que, retomando la frase de Borges en el relato “El Espejo y la Máscara”, el libro no cuenta la batalla sino que es la batalla.
Hemos venido a presentar un testimonio subjetivo, como todos lo son, de la defensa de Belchite. La batalla no fue sólo la lucha por unos ideales o un enclave estratégico, sino la defensa heroica de un recinto, de una pequeña fortaleza frente a un enemigo muy superior. Éste es para mí el rasgo principal de la hazaña, que nos recuerda las defensas de Zaragoza durante los sitios o de Numancia frente a los romanos. Gestas inmortales por el heroísmo y sacrificio demostrado, valores que hoy se consideran innecesarios, incómodos o quizá poco acordes al gusto y corrección política. Todos estos acérrimos y enconados defensores de su muralla, de su fortín, de su trozo de esta vieja España, de su casa en definitiva, asombraron a sus enemigos, al resto del mundo y lo siguen haciendo a cualquiera que tenga el ánimo de ir retirando los velos de la historia para conocer la realidad extraordinaria que protagonizaron.
Leemos en el libro cómo el tesón, la fe y la fidelidad a valores tradicionales son contemplados como el alma que sostiene una resistencia más allá de lo posible. Son presentados estos ideales como un factor de combate inconmensurable que desborda cualquier cálculo estratégico y que desbarata la lógica de la abrumadora superioridad material de la que disponen los atacantes. Esta épica, esta fe ciega en los ideales nos trae la épica de otros memorables sitios como los de Zaragoza, y al igual que Galdós nos sumergía entre el polvo y las ruinas con el ánimo enardecido, Emilio Oliver nos conecta con esa sufrida y ciega determinación de la que hemos dado muestra desde tiempos inmemoriales en la vieja Iberia.
Hoy que celebramos el Día de la Constitución como gran consenso por la convivencia y reconciliación entre los españoles, no deja de apenar y preocupar cómo el abandono de muchos de los valores e ilusiones que hicieron posible la Transición han creado un ambiente polarizado que nos aleja de la unidad y el entendimiento mutuo como nación y nos empieza a recordar épocas oscuras de España, o, si se quiere de las dos Españas entendidas como bandos enfrentados. Para nada pretende ser este libro una nueva revisión de nuestra terrible Guerra Civil, otra historia de justos e injustos, sino al contrario, hacernos sentir, como muy bien hace sentir este libro, el desgarro de la tragedia en carne propia, la quemazón del odio y la locura a que nos llevan los ideales excluyentes que siembran la cizaña de vernos otra vez todos como buenos y malos, como justos e injustos.
Recordamos hoy también cómo la historia se imita a sí misma, cómo sean cuales sean los parámetros temporales y las latitudes las víctimas de los conflictos y la sinrazón nos miran con los mismos ojos desolados como pozos abiertos al dolor y la desesperación. Tuvimos ocasión de hacerlo con la exposición “Los Ojos de la Guerra”, aquellas magníficas fotografías de la guerra que asoló la antigua Yugoslavia y que albergaron las ruinas del Pueblo Viejo, al igual que albergaron a las víctimas reales de su sitio, mientras se desmembraba su fisonomía material como pueblo y se labraba la inmortalidad de su esqueleto.
Este valiosísimo testimonio de Emilio Oliver, nos permite vivir, ser testigos, y ponernos en la piel del protagonista de aquella gesta; oler la pólvora y la trilita con la garganta acartonada por la sed, sentir las detonaciones y el eco de las explosiones, acompañadas de los latidos desaforados del propio corazón. En este libro se palpa y se mastica también el miedo, tal y como tuvieron que tragárselo los defensores que hicieron de tripas corazón en esta situación desesperada en la que dando ya su vida por perdida quisieron salvar la de los suyos y defender hasta las últimas consecuencias su último lugar en este mundo.
Finalizando el libro, sentimos el palpitar trepidante de la huida en el relato magnífico de la escapada de los defensores. Esta visión alucinada de los terrible momentos del “sálvese quien pueda”, de la desesperada salida de los últimos defensores vuelve a sumergirnos en el ritmo desasosegado de la lucha por la vida y supone un colofón a la altura de una narrativa subyugante que no podemos dejar de leer desde la primera página.
Como en la mejor literatura de Homero o Dante, el relato nos atrapa desde el principio y nos hace de cicerone en un impresionante recorrido por uno de los peores infiernos creados por el hombre. Infierno que sólo un mejor conocimiento de la Historia y de nosotros mismos pueden conseguir que nunca volvamos a vivir.”

El arte de escribir novelas. Fernando Jiménez Ocaña

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